martes, febrero 21, 2006

Reflexiones de Pascal Quiqnard

“Si Hablar es un medio de investir al prójimo y colonizar así la morada interior, la cavidad interior—el alma—con el pensamiento, con una sustancia de sí casi inmaterial, uno no puede pretender acercarse al otro hablándole de sí mismo al oído. El silencio permite escuchar y no ocupar el espacio que deja desnudo en el alma del otro.

Sólo el silencio permite contemplar al otro.

Callando, ni el uno ni el otro se parapetan bajo su pensamiento, ni pisan la tierra de la otra patria. En el silencio, extraño frente a extraño, ambos intiman. Es el estado de la extrañeza íntima. En el verdadero abrazo descubrimos que el cuerpo habla una lengua extranjera, extraordinariamente silenciosa. Hablando no la entendemos. Pero si escuchamos el silencio , podemos apreciarla.

El amor es la relación sin piedad. Nada lo satisface. No puede esperar paz alguna. Y si es así no es por culpa del amor ni es responsabilidad de uno de los dos miembros de la pareja que el amor unce y a la vez exilia,

que instala en la pared del otro (tras la piel del otro) la que siempre hace caso omiso,

que encaja y mata.

Lo que no puede ser tratado ni conciliado ni superado ni trascendido es la diferencia sexual que se halla en el origen de cada ser humano.

Que es pura.

Que es absoluta.

Esa diferencia es lo incomprensible, lo incesante, lo inherente, la reproductora, la proliferante, la coriácea, la no estacional, la obsesionante.

Lo ineluctable de las relaciones sexuales es que son ambivalentes. No están vinculadas a la desnudez, sino al desnudamiento. Pureza animal contaminada por lo que llamamos asco humano o pudor. No hacia la desnudez, sino hacia El desnudamiento humano. El odio al amor está en el amor como su conciencia. Y la conciencia le resulta tan útil como las plumas a los peces.

“Somos nosotros quienes traicionamos la región misteriosa. Pero el otro mundo es inolvidable, porque precede al nacimiento mismo. No vimos la escena que nos formó. No la vemos, continuamente. Esta imagen que falta nos obsesiona. La imaginamos hasta que logramos reproducirla. Todos somos misteriosos. Y lo seríamos más si estuviéramos menos recargados: cómicamente revestidos, ordenados, asalariados, divididos, compuestos, locuaces, trabados. La región misteriosa donde todo se confunde: desde la rotación de la Tierra al tiempo, al ciclo de las estaciones, a la reproducción sexuada, a la muerte que cerca a los seres para rejuvenecer y resucitar, a los astros que distribuyen el retorno de los solsticios, desde la gravedad de las piedras a los cantos y las alas de los pájaros, desde el silencio y la espera de los peces en el fondo de los lagos oscuros, al brote al brote de las hojas en el aire, desde la luz solar a la noche estelar.

Pero todos viviremos la confusión, la inmensidad, su explosión , su expansión.

“No entender nada de nada es un órgano maravilloso.”

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