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domingo, noviembre 12, 2017
Cómo se fabrica una predicción:
Malcom Lowry escribió “Bajo el volcán” durante diez años. Fue un cuento que fue alargando como conviene a toda recreación del infierno. Yo solamente he leído fragmentos pero conozco la historia porque una vez vi en la Cinemateca Nacional en Caracas, la película homónima de Huston. Recuerdo que me dejó una sensación en blanco y negro, que solamente ahora, treinta años después descubro que es un engaño de mi memoria ya que la película está hecha a todo color. Pero claro, la película se estrenó en 1984. Un año alucinante en el cine para mí que tenía 12 años. Fue el año de Karate Kid, de los Cazafantasmas, de Indiana Jones , La historia interminable, de Terminator y con él la primera buena escena erótica que que vi en mi vida entre Sarah Connor y Kyle.
Hasta me sentí intelectual y me vacilé Amadeus de Milos Forman. Osea, seguro no vi la película sino por lo menos hasta un par de años después. Quizá en 1986, cuando tenía catorce años y mi alma podía ser secuestrada por esa desolación que invadía al cónsul inglés.
Sin embargo, como soy ferviente creyente en las sincronías y en los caminos que se dibujan primero en la mente, luego en las películas y por último en lo que la gente llama realidad, estoy segura de que fue justamente un mediodía de julio trece años después, durante una romería en Tenerife, cuando luego de aceptar desenfrenadamente el vino gratis (y casero) que me dieron uno y otro mago sin haber desayunado, me invadió el espíritu de Firmin, allá, Bajo el Volcán del Teide , exactamente a 8.353,97 km de Cuernavaca, viviendo mi día de los muertos particular, porque de pronto estaba en el infierno.
Siempre he pensado que gran parte de la economía literaria está en conjugar sincronías o desmentir casualidades. También he pensado que el texto se escribe en varios niveles. Uno está por supuesto en la propia novela que a su vez es una autobiografía de Lowry, pero en la cual se representa así mismo a través de dos personajes. El Cónsul y su hermanito Hugh perfecto juego geminiano.
Ambos desean a Yvonne y se puede conformar ese trío que suele conformar el arcano VI Los Amantes, pero que en vez de ser dos mujeres son dos hombres.
Luego la película. Luego mi recuerdo de ella y esa epifanía que me ocurrió un mediodía de julio.
“Cuando el reloj marca la una , los esqueletos salen de su tumba” esto no lo dijo Lowry, pero me vino a la cabeza esa canción. Son doce horas que empiezan desde la una del mediodía para mí.
Fue en esas doce horas cuando llegué a ciertas conclusiones sobre el infierno: El infierno siempre sucede al mediodía. El infierno está lejos de todo. El infierno siempre está acompañado de cansancio, sed, de dolor físico, acidez estomacal y de alguien con quien no puedes hablar. En el infierno siempre hay multitudes pero tu espacio interior está desolado.
Un secreto del infierno, es que su eternidad reside en que el tiempo se detiene.
Con el tiempo suspendido siempre hay alguna oportunidad. No se sabe si la muerte sea solamente eso. Algunos lo consideran así y otros consideran al tiempo como ese reloj de arena que a diferencia de estos gotea horas (segundos, años) sobre tu persona, hasta que te entierra.
Esa tarde del 2006 sería la génesis de mi propio infierno (eterno), al que llegaría unos tres años después cuando Saturno volviera a posarse sobre mi casa tres (Géminis) y los fragmentos de errancia, desamparo e impotencia creativa terminaran de desgajarse para siempre.
Luego terminé mi novela, también, diez años después de haberla comenzado en ese descenso al tiempo suspendido.
Mi novela como la de Lowry maneja varios niveles de simbología.
Es un tratado del tiempo disfrazado de ebriedad cocaínica. También el tiempo en mi historia es totalmente engañoso, como debe ser el tiempo saturnino. Y como el tiempo es tan extraño, los hechos parecen pocos. Seguramente si Orson Welles hubiera tenido que llevarla a la pantalla diría lo que dijo de la de Lowry, “que no pasaba nada”
¿Y cómo se fabrica la predicción?
Muy sencillo. Mi nodo norte está en Cáncer que era el signo de nacimiento de Lowry. Ambos quisimos escribir una novela que conjugara mitología, ebriedad y desesperanza a partes iguales, pero que también fuera una enorme ranchera sobre el amor. Ambos inhalamos azufre para fabricarla.
Ambos amamos la atmósfera marina y su relación con los diversos niveles del extramundo. Ambos sabíamos que bajo los volcanes se escondía la fuerza de Plutón y aunque Lowry le temía a Saturno, fue en Canarias donde Saturno se escondió cuando fue derrocado.
Pero hay dos casualidades más que me fascinan y aunque no puedo hallarles explicación constituyen el nivel de arqueología memoriosa al que me refería:
Una: Nací a los ocho meses un tres de octubre. En realidad debí haber nacido si no hubiera sido tan rebelde un 2 o 3 de noviembre, en el día de los muertos.
Ahora, 12 años más después, cuando sigo creyendo en el tarot, en el Saturno que me habita y en la astrología, justo ahora Saturno está a punto de volver a Capricornio en diciembre y mi tiempo ha vuelto a girar redescubro a Lowry
“Aquí, como cuando Saturno se encontraba en Capricornio, la vida descendía hasta el fondo… Tan grande era el anhelo que su alma estaba entrelazada con la esencia del lugar”.
Justo ahora, cuando me siento tan cómoda en este lugar al que arribé hace nueve meses escapando de mi país 1984, justo ahora que ya no me duele la desolación como aquella tarde, Saturno avanza desde Sagitario para volver a su posición original en Capricornio y esa perfecta sincronía me garantiza , sin necesidad de demasiadas matemáticas astrales, la celebración en menos de dos años en algún lugar de México de La Fiesta del día de los Muertos.
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